La Villa de Doña Emilia: El rancho que ardió entre el olvido y la hipocresía.

Por Ariel Moquete
Por décadas, en el corazón de Monte Cristi, se levantaba —ya vencida por el tiempo y la indiferencia— la Villa de Doña Emilia, una casa que alguna vez fue emblema de dignidad rural y hoy solo existe en la memoria de quienes alcanzaron a verla en pie.
Construida con madera noble y rodeada de historias familiares, la villa había sido declarada patrimonio cultural, aunque en la práctica esa designación jamás pasó de un título honorífico a una acción concreta. Convertida en rancho para leña y refugio de murciélagos, su deterioro se prolongó sin que las autoridades, ni los supuestos guardianes del patrimonio, movieran un dedo para rescatarla.

El pasado fin de semana, un incendio misterioso consumió lo poco que quedaba de aquella reliquia. Y entonces, como por arte de magia, la Villa de Doña Emilia apareció en titulares, reportajes y notas luctuosas de la prensa nacional. Se escribieron crónicas nostálgicas, se hicieron lamentos tardíos y se condenó con pompa la “pérdida irreparable”.
La ironía es cruel: durante décadas nadie se hizo eco de su abandono, nadie levantó una campaña seria por restaurar su arquitectura, nadie la defendió de ser usada como depósito de leña. Ahora, en cambio, cuando solo quedan cenizas, los micrófonos y las cámaras sí se apresuran a llorarla.
La Villa de Doña Emilia no murió por el fuego. Murió mucho antes, consumida por la apatía oficial y la hipocresía social, por la costumbre de dejar que lo nuestro se pudra hasta que ya es demasiado tarde para salvarlo. El incendio fue apenas el golpe final a una tragedia anunciada.

Hoy que ya no existe, quizás quede una lección: la memoria no se protege con titulares póstumos, sino con acciones vivas y responsables. Tal vez, si los mismos que hoy lamentan hubieran defendido antes, la Villa de Doña Emilia seguiría en pie, recordándonos que Monte Cristi también tuvo su orgullo arquitectónico.
La ceniza que queda es un espejo incómodo: no fue el fuego quien nos la arrebató, fuimos nosotros quienes la dejamos arder en silencio.